CUENTOS



LA FRÁGIL SOGA QUE CIÑE AL CORDERO




EL HOMBRE QUE NO QUERÍA SALIR


Definitivamente me gusta vivir prisionero. Confeso Rafael Jerónimo del Castillo. Aunque el calor dentro de la celda sea insoportable. Al permanecer tantos años aquí, me he adaptado a las alambradas, a los soldaditos con sus amenazantes bayonetas, hasta a esos perros pastores que recientemente han traído. Yo acabo de cumplir 83 años, oficial, he sufrido mucho los rigores de la prisión, pero de salud, gracias a Dios, aún estoy fuerte. Mi concubina es un muchacho de nalgas grandes y empinadas. A él le gusta salir afuera a refrescar con agua la cabeza del corderito que nos han permitido criar. Tengo el animal desde hace un año. Le he tomado cariño, sé que el día menos pensado deben degollarlo, tal vez sera en diciembre, si es que lo autoriza la jefatura. Lo comeremos en Noche Buena o fin de año. Una cena con algún que otro de los políticos que quedan en nuestro pabellón, y de esa forma podríamos honrar a los que han desaparecido o andan dispersos por el mundo.
Aunque usted no lo crea, soy feliz. El muchacho es hacendoso. Ordena mis libros, me da masajes en las piernas, prepara con esmerada delicadeza la comida, es buen cocinero ese chico. No saben cuánto les agradezco que lo enviaron a este lugar, justamente a mi celda. Ya yo estaba un poco aburrido con tanta soledad, hasta sentía que ya había cumplido mi tiempo en este mundo.

Cuando salgo de entrevistarme con este viejo maricón, debo confesar que me siento desconcertado y llego a mi casa con cierta irritabilidad. Pero las órdenes hay que cumplirlas.  Es un caso sumamente delicado. Por una parte, el Alto Mando me presiona para que lo prepare para su liberación definitiva, (eso será dentro de seis meses) por otra, el anciano amenaza que tan pronto ponga un pie en la calle va a cometer no sé cuántas locuras para que lo vuelvan a encerrar. Dentro de los términos legales de su condena, (treinta años por terrorismo y sublevación) no podemos tenerlo encarcelado ni un día más ni un día menos. Aunque lo deseáramos, es imposible maniatarlo y meterlo de cabeza en un avión rumbo a Estados Unidos. Es uno que le llaman históricos, y la prensa internacional y nuestros enemigos comenzarían a decir que estamos deportando a figuras de la oposición que desean permanecer en territorio nacional.
Mi fastidiosa labor consiste en convencerlo de que el escenario político no es el mismo que conoció hace tres décadas atrás, que aproveche la oportunidad de vivir en paz consigo mismo el tiempo que le quede de vida. Que su nieta, nacida en Estados Unidos, es el único familiar cercano que le queda y ha movido cielo y tierra para tenerlo a su lado. Pero su soberbia o yo no sé que tiene ese tipo en la cabeza, aplasta cualquier tipo de razonamiento. Quiero aclarar que si estuviera en mis manos, si fuera un caso al cual yo pudiera decidir con total libertad, hace tiempo que a ese pervertido ya le hubiera dado a ingerir una pastillas de cianuro. 
He leído la carta de Marcela, oficial, le agradezco que usted la mandara a traducir, a mí ya hasta se me olvido el inglés. A juzgar por la foto, es preciosa la hija de mi hijo, que en paz descanse. Por lo que la muchacha escribe, parece que se encuentra en buena posición económica, dice que es ejecutiva de una compañía de cosméticos en Chicago. ¿Pero a mi edad que voy hacer en el extranjero? Posiblemente después que pasen los primeros meses y se le acabe la novedad de tener un abuelo cubano, seré un estorbo, un saco de achaques listo para meter en un asilo. Porque ahora estoy bien física y mentalmente, pero cuando empiece a vivir el ritmo de vida de un hombre libre, me saldrán uno por uno los años de cautiverio.
 Además, oficial, le tengo pánico al frío, a esos vientos helados que golpean con fuerza hasta a los hombres más corpulentos.
Cuando el mandato de Grau San Martín yo viví como exiliado en esa ciudad y seguramente el clima no debe haber cambiado mucho. Quizá ahora con esos desequilibrios atmosféricos en el planeta sea peor. A esa ciudad la recuerdo al dedillo. Sus calles, sus edificios de ladrillos rojos, los grandes frigoríficos, las inmensas y malolientes carnicerías, la conformación étnica de sus habitantes. Rusos, polacos, ucranianos, italianos, irlandeses. Lavé platos en un restaurant nombrado Fish Bonne Grillet. El dueño era un armenio que me tomó afecto y llego a invitarme a su casa en varias ocasiones a jugar dominó.
Por aquella época, para los americanos, un cubano era un bicho raro. No había tantos como ahora. Por aquella época nada me importaba, era joven, impetuoso, bien parecido y la vida una grata y emocionante aventura.
Usted pensará que estoy loco de remate al preferir este lugar, que vivir libre en esa ciudad americana. Yo sé que en términos generales aquí las condiciones de vida son infernales. Que cuando viene la temporada de las lluvias la humedad quebranta mis huesos y con el calor del verano, los alimentos se descomponen. Pero un prisionero que ha llegado a acostumbrarse a lo peor, ese es mi caso, me imagino que cuando de pronto se encuentra en otro medio, bajo la dinámica que genera estar libre, muchas veces no sabe dónde se va a meter.
Por cierto, ustedes prometieron que iban a instalar un refrigerador en nuestro pabellón, pero no lo hicieron. Siempre ustedes prometen y luego no cumplen. Yo no fui el de la idea. El año pasado me citaron a la jefatura y me preguntaron: Rafael, ¿qué es lo que sugieres para mejorar las condiciones de vida?  Y yo pensé, y les respondí, que era bueno tener un refrigerador para uso colectivo y así poder conservar en buen estado los alimentos. El aparato todavía lo estamos esperando.
Pero tampoco han cambiado los techos, y eso si se lo hemos rogado en reiteradas ocasiones. Como muy bien Usted sabe, esas láminas de zinc son verdaderos instrumentos de torturas. He conocido a reclusos que se han quedado ciegos de tanto fuego que han tenido sobre sus cabezas. Cuando esos techos empiezan a calentarse por recibir tanto sol, da pavor estar allá dentro. Es como vivir metido en una caldera.
Particularmente quiero que les transmita a sus superiores mi agradecimiento porque en los últimos meses he recibido un trato especial. Me facilitaron tener un ventilador dentro de la celda y me han dejado algunas tardes pasear con el muchacho por el peñón que da al mar. Le aseguro que mirar por un rato ese paisaje da ganas de vivir.
 Y eso de traer una cocinita eléctrica a la celda y proporcionar cada cierto tiempo comestible para que el muchacho lo prepare, ha sido una buena idea, sí, una excelentísima idea. Conozco las razones por la cual han instrumentado ese trato, pero ese es un tema que no desearía volver
a discutir.
Me imagino que a Usted no le importa, ni se encuentra aquí para oír mis asuntos privados, pero de noche, cuando busco su cuerpo, no pienso en nada, a su lado no pienso. He conocido a muchos aquí, algunos amigos de toda una vida, que descendieron a las zonas más bajas de la locura porque transcurrían las veinticuatro horas pensando.
Para los políticos, en contra o a favor del gobierno, mi comportamiento y mi relación con ese jovencito puede ser un buen ejemplo de descomposición moral. Eso francamente me tiene sin cuidado y quiero advertirle que me da lo mismo que lo sepa mi nieta. ¿Qué puede comprender esa muchacha de mi historia privada o de la historia del proceso cubano?
Supongo que El Máximo se pondrá furioso cuando me vea y escuche lo que he dicho en estas entrevistas. Porque seguramente en esta oficina deben haber instalado micrófonos y cámaras de filmación y algún que otro psicólogo, detrás de esa ventana, estará observándome para luego llegar a ciertas conclusiones. Pero quiero dejar bien claro que no he sido yo el que ha solicitado venir a sentarme a charlar con Usted. Todo lo contrario. Yo soy un hombre, como bien dicen, que viene de vuelta de muchas cosas, y la experiencia entre rejas hizo que perdiera definitivamente ciertas inhibiciones. Ya nada me ata, oficial.
Imagínese, la última vez que estuve con mi familia fue en una visita que ellos me hicieron en el verano de 1962. Mi hijo, mi mujer y mi madre, todos que en la gloria estén, me prometieron que los americanos vendrían a liberarnos.  No te preocupes papá, todo esto va a durar muy poco. Me dijo el muy imbécil. Creo que ninguno llegó a comprender que una gran potencia bien poco le interesa el destino de un pueblo pequeño y menos cuando no es una amenaza al capital que duerme en sus arcas. Yo ando por mi camino, les respondí, y les aconsejo que ustedes no deben tener esa expectativa redentora del gobierno norteamericano. Vivan allá y coman por mí, todas las hamburguesas que les quepan en sus barrigas.
En los primeros años, deseaba que llegara la hora que decidieran mandarme al paredón, sin embargo, ahora me siento satisfecho de haber pasado toda esta experiencia y de haber sobrevivido.
La mayoría de la gente que quiero yace enterrada en este país o en el extranjero, no me queda nadie, oficial, ¿comprende?  Y no tengo deseos que mis huesos vayan a parar a un hueco extraño. Aunque esto le parezca lo más absurdo, deseo terminar mis últimos días en esta tierra que tanto he odiado y al mismo tiempo tanto he querido.  En el fondo he llegado a creer que tengo un extraño vínculo con estos sitios. Le parecerá lo que digo enfermizo, ¿verdad? Pero así soy y así pienso.
Sin proponérselos, ustedes son como si fueran parte de mi familia. Usted mismo es como si fuera mi familia.  No me mire con esa cara como si se hubiera caído del cielo. Usted es un hombre inteligente, ha sido amable y respetuoso en su trato conmigo, me ha traído libros, me ha llevado al médico, me ha actualizado acerca de lo que ocurre en la actualidad en el mundo. Para mí ha sido de mucho provecho los diferentes enfoques sobre política e historia que hemos discutido durante estos últimos meses y hasta he coincidido en algunos aspectos con su modo de pensar.
Le confieso que tanto a los guardianes de ahora, como los de antes, no les guardo rencor. El trabajo o el deber de ustedes fue hacernos sufrir. Considerar que no debieron aplicar ningún tipo de tormento contra mi persona, seria aceptar que entré en la cárcel sin haber cometido ninguna trasgresión de ley.
Nunca me he creído inocente. Una cosa es haber caído preso por error o por una de las tantas injusticias que ha cometido el sistema y otra, haber sido condenado por ser opositor consiente y activo contra este sistema. Ese es mi caso. A las víctimas de las equivocaciones los he conocido en diferentes épocas del presidio.  Da pena ver la fragilidad de sus conductas, algunos ni sabían con exactitud cuáles fueron los delitos por los cuales los condenaron. Porque acaso oficial ¿escribir una novela o unos poemitas y tratar de publicarlos en el extranjero es para que le arrojen  ocho años de cárcel a un hombre,  por poseer unos libritos, o por coleccionar discos de esos Beatles o admirar la música americana era necesario llevarlos tan recios? Por Dios oficial, por más que usted me diga que fueron casos aislados, he conocido a muchos, muchísimos en diferentes prisiones como bien usted sabe he estado.  Ustedes trataron a esos muchachos como si hubieran intentado asaltar al Comité Central. Se les fue la mano. Sí, ya sé que me va a decir que fueron extremismos de otros tiempos, de un periodo ahora ya rectificado, pero esas barbaridades dejan huellas en cualquiera, oficial, son heridas que no se cicatrizan por más que se le diga a esos hombres: vive y olvida. A esos infelices los he tratado personalmente, les he ayudado si se quiere emocionalmente, les he dado mucho ánimo para que la desesperanza no los devore.
Oiga, si algo debería proceder el Estado o la Revolución, como usted siempre dice, es reivindicar a los que se le aplicó la ley innecesariamente, incluso, es una sugerencia con el mayor respeto, hasta deberían indemnizarlos moral y materialmente como hicieron los rusos en los 50.
Le digo esto porque me da pena con esa gente, ellos nada tienen que ver conmigo, ni tan siquiera puedo decir que llegaron a ser mis amigos. Yo conspiré contra el régimen que Usted representa y perdí la batalla. Nada de bla bla en fondas de café con leche, usted tiene en sus manos mi expediente, conoce de sobre cuál fue mi trayectoria. Lo mío era arrancar cabeza con las balas y le voy a decir de nuevo, no estoy arrepentido, de eso puede estar seguro. Volvería a conspirar si tuviera otra oportunidad u otra vida. Le repito, a Ustedes no les guardo rencor, porque a la familia, por muy severa y malvada que sea, no se le guarda rencor.
A mi edad, oficial, uno comienza a meditar qué existe después de la vida. Como he tenido una formación religiosa, se supone que debo creer que iré directo: primero, al purgatorio, a limpiar las faltas cometidas, y luego al cielo. Sin embargo, debo admitir que cuando llega el invierno y el clima se torna benévolo, al ver el resplandor amarillo como flota y se extiende sobre el atardecer y de qué manera la fina llovizna alimenta a la hierba, al sentir que mi muchacho se acerca y comienza con sus dedos a acariciar mi espalda, no estoy seguro que el cielo paradisíaco exista en otra parte. Me digo, Rafael, esta prisión horrible en los confines del mundo, puede que sea el mismísimo cielo, quizás no hay otro, este puede ser el verdadero y el único... 

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