CUBA: LAS JORNADAS DE LA INMOLACIÓN

Alejandro Lorenzo

Guilllermo Fariña, declara que prefiere morirse si no se cumple su reclamo de que el régimen libere a una veintena de presos políticos que se encuentran en condiciones de precaria salud.
Sí, quiere morirse, y se lo expresa de forma clara al corresponsal del diario español El País, Mauricio Vicent, se lo dice a cuanto diplomático europeo lo visita o lo llama por teléfono para que deponga su actitud, lo reafirma a sus familiares, amigos y compañeros de causa, se lo comunica mediante cartas a los máximos dirigentes del gobierno cubano, lo dice con una pasmosa tranquilidad, como si todas las variantes de sus acciones las hubiera calculado minuciosamente, y lo que sorprende es que con seguridad, Fariña, antiguo ex oficial del Ministerio del Interior, que estudió en la ex Unión Soviética, , debe estar conciente de que el régimen cubano nunca va a ceder a su pedido.
Guillermo Fariña sabe que la muerte de su antecesor Tamayo Zapata, y ahora su auto martirio que lo conducirá irremediablemente hacia un desenlace fatal, ya tiene y va a tener un alto precio político y moral para el régimen cubano.
Es de imaginar que en estos momentos el Alto Mando del Ministerio del Interior cubano, ahora sin los sabios asesores de la Stasiss alemana y de la KGB soviética, se encuentren en sus oficinas trabajando a tres turnos con el propósito de contrarrestar los efectos de esta nueva modalidad de protesta de sus adversarios. Su mayor temor es que el ejemplo Zapata Tamayo:- Fariñas se extienda a otros opositores, algo que podría ocurrir si el veterano de la disidencia Bonne Carcasses decide iniciar una huelga total luego de que Fariña fallezca.
Lo que principalmente conspira contra esos oficiales, es que la alta tecnología de los medios de comunicación del siglo XXI ha vencido a la mordaza. El fin de los tiempos del silencio ha comenzado. Se puede llegar a ser cómplice involuntario cuando se conoce una parcial visión de los acontecimientos, pero nunca cuando se desvela el panorama integro de esos acontecimientos.
Quizás algunos de esos expertos del Minit, cuando se acuesten, en el silencio y la penumbra de sus dormitorios que casi siempre convoca a insondables reflexiones, lleguen a la conclusión de que ya no se puede permanecer atrapado a esos tiempos de la impunidad absoluta, que a estas alturas de la historia, es imprudente continuar con condenas desmedidas y la misma feroz descalificación a sus adversarios, sin que todo esta metodología recurrente no acarree graves consecuencias a la estabilidad nacional y a la imagen de un gobierno del que ellos forman parte y sirven.
Lo que ocurre en el presente con Fariñas y el resto de los opositores pacíficos cubanos, confirma que dormirse en los laureles de victorias pasadas, no es una garantía. Que aunque las Damas de Blanco marchen por las calles de la Habana sin que la ciudadanía se les una, no representa que un día esa ciudadanía indiferente, sumida en la desesperada búsqueda del pan cotidiano, pase de la contemplación pasiva, a un activismo opositor incontrolable.
Que alentar a los jefes de Estado, aliados del Gobierno de Cuba, como el presidente Lula da Silva, de Brasil o Evo Morales, de Bolivia, para citar dos ejemplos, a declarar que Zapata Tamayo y Fariña son vulgares delincuentes comunes, es lanzar a estos lideres al tanque maloliente del descrédito, porque hasta el menos avezado en asuntos cubanos, les podría cuestionar ahora, o en el futuro, que si estos hombres son realmente como se les denominan, dentro de Cuba debe entonces gestarse una raza excepcional de delincuentes con un alto nivel de conciencia capaces de ofrendar sus vidas por el reclamo de sus derechos y el de todos los prisioneros y compañeros de causa.
La válvula de la olla de presión que es esa Cuba en perenne atrincheramiento de su sistema político y económico, esta obstruida. Mandar al destierro como en el pasado y en cada ocasión que existía una crisis, a disidentes y prisioneros políticos, como medida de descompresión de las tensiones internas, es hoy una jugada casi imposible de ejecutar.
La oposición cubana ha madurado. Guillermo Fariñas le expresó al representante del gobierno del presidente Zapatero que no quiere irse a España, que no quiere irse a ninguna parte, que su deber es permanecer en su país hasta el final. Las Damas de Blanco se niegan rotundamente a que sus esposos, hijos o familiares sirvan de naipes de canje, la Comisión de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional que encabeza Elisardo Sánchez Santacruz continua inamovible en la Habana con su tarea de reportar cualquier tipo de violaciones de los derechos humanos que padezcan sus compatriotas. Las organizaciones de todas las tendencias políticas que componen la oposición cubana han decidido quedarse.. Algo esta cambiando.
Antes de la muerte de Tamayo Zapata, el espinoso tema de las violaciones de los derechos humanos en Cuba había adquirido una especie de estatus quo, que salvo algunas excepciones, la mayoría de los países cuyos gobiernos tienen relaciones diplomáticas y comerciales con el régimen, aceptaban, como si no les quedara otra alternativa que lidiar en el mismo barrio con un vecino con antecedentes de ser un peligroso abusador de su propia familia.
Las sanciones en Ginebra se fueron languideciendo hasta el punto de que el Relator de la ONU encargado de verificar abusos y torturas, nunca llego a pisar La Habana. Los 75 condenados en la primavera negra del 2003 habían dejado de ser una piedra molesta que entorpecía el camino de las relaciones con la Unión Europea. Era evidente que la presión inicial de muchos de esos países que integran dicha Unión parecía ceder. Entonces llega la muerte de ese albañil y plomero nombrado Tamayo Zapata y el actual auto calvario del obstinado Fariña, a poner al régimen cubano nuevamente en la mirilla como Estado con una sistemática crueldad contra sus adversarios pacíficos, con el saldo de una condena abrumadora en el Parlamento Europeo y una movilización internacional sin precedentes.
Ninguna persona que se considera respetuosa de la vida de otro ser humano, esta de acuerdo y alienta la decisión de un hombre o un grupo de hombres castiguen sus cuerpos hasta el punto de la aniquilación, para castigar a un gobierno, y menos si se sabe que cualquier poder absoluto sea de derecha o de izquierda, de inmediato, no va hacer ninguna concesión derivado de estos actos. Sin embargo, en la historia de la humanidad abundan ejemplos de este tipo de sacrificios. Recordemos que precisamente en marzo del 1981 diez prisioneros republicanos irlandeses encabezados por Bobby Sands, emprendieron una huelga de hambre que les costó a los diez, la vida. Aquel grupo le exigía al gobierno que encabezaba la primera ministra Margaret Thatcher el reconocimiento de su estatus de prisioneros políticos y los derechos básicos como hacer ejercicios, leer, y usar las instalaciones del penal
A treinta años de aquellos acontecimientos, se puede aseverar que el precio político y moral por la inflexibilidad de parte del gobierno de la Thatcher fue de gran envergadura, y que los cambios por la vía política y electoral deponiendo la lucha armada, que en la actualidad emprendió el movimiento independista irlandés que representa el Sinn Fein, tiene su origen en parte de esa acción que originaron aquellos reclusos.
Los contemporáneos opositores cubanos que han optado por la inmolación, no han plagiado ese tipo de lucha de otros pueblos Existe una conexión ancestral con los primeros habitantes de Cuba, Tainos y Siboneyes, descritos por los investigadores como los más pacíficos y nobles de las Antillas, los cuales mucho antes de la llegada de Colón al nuevo Mundo, debían enfrentarse a los guerreros Caribes que trataban de doblegarlos en sus reiteradas incursiones a tierras cubanas, y antes de caer prisioneros de esta tribu expansionista, preferían efectuar un desconcertante suicidio colectivo. Posteriormente en pleno apogeo de la conquista, estos actos se repitieron a tal punto, que una buena parte de esa población antes de realizar las labores infrahumanas de buscar el codiciado oro que nunca fue abundante en la Isla que le exigían los colonizadores españoles, preferían masivamente ahorcarse o mutilarse hasta morir desangrados. Quizás los espectros de esos nativos ronden hoy los campos y ciudades de la convulsa Cuba del siglo XXI y hasta crucen los mares, y toquen las puertas del Palacio de La Moncloa en Madrid, España, para despertarles la memoria a sus residentes de turno.

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